martes, 7 de mayo de 2013

¡SANTA FILOMENA TIENE PARROQUIA EN MONTERREY!

TOMA DE POSESIÓN DEL PBRO. ADRIAN JERÓNIMO ELIZONDO PEÑA DE LA NUEVA PARROQUIA, SANTA FILOMENA
 

Pastoral Siglo XXI.- Con gran gozo, hoy domingo 5 de Mayo se celebró la Eucaristía en la cual el Pbro. Adrián Jerónimo Elizondo Peña tomo posesión como primer párroco de la Parroquia Santa Filomena, Colonia La Alianza en Monterrey.

Mons. Rogelio Cabrera López presidió la celebración y participó en la verbena popular que organizó la naciente comunidad.

Les presentamos la historia de esta Santa:

Santa Filomena era la hija de un matrimonio romano, que se convirtió por las oraciones de un médico llamado Publio. Cuando la bautizaron le pusieron "Filomena" (filia luminis), que quiere decir: "hija de la luz".

Es representada con un ancla, tres flechas, una paloma y una flor, todo lo cual indica su particular camino al cielo.

Cuando tenía doce o trece años, fue llevada a Roma por sus padres, al palacio del emperador Diocleciano, donde el padre tenía concertada una audiencia. Apenas la vio, el emperador quedó enamorado de ella, y le dijo al padre que le apoyaría en sus proyectos, con toda la fuerza de su imperio, si él le daba a su hija como esposa. El padre, y también la madre de Filomena, le insistían para que aceptara, pero Filomena les decía, con lágrimas en los ojos: "¿Ustedes desean que por el amor de un hombre yo rompa la promesa que he hecho a Jesucristo? Mi virginidad le pertenece a Él y yo ya no puedo disponer de ella". Incluso le rogaban de rodillas y le suplicaban que accediera al trato, por el bien de ellos y de la patria, pero Filomena, asistida por la gracia de Dios, les decía: "No, no, Dios y el voto de virginidad que le he hecho, está primero que ustedes y mi patria. Mi reino es el Cielo".

Cuando Diocleciano se enteró de la respuesta de Filomena, obligó a su padre a que la llevara delante de él, y como continuaba negándose a sus propuestas, el emperador se enojó mucho, la amenazó y la hizo encerrar encadenada en un calabozo.

La visitaba todos los días, y le soltaba las cadenas para que pudiera comer el pan y tomar el agua que le traía, con la esperanza de que el sufrimiento, la humillación, el hambre y la sed, la hicieran cambiar de parecer, pero Filomena se encomendaba a Jesús y a la Virgen, y así podía resistir.

Estuvo en la cárcel treinta y siete días en total, y alrededor del día quince, se le apareció la Virgen con el Niño en sus brazos y le dijo: "Hija, tres días más de prisión y después de cuarenta días, se acabará este estado de dolor. Tu eres LUMENA, y tu Esposo es llamado Luz. No tengas miedo. Yo te ayudaré. En el momento del combate, la gracia vendrá para darte fuerza. El ángel Gabriel vendrá a socorrerte, Yo le recomendaré especialmente a él, tu cuidado". La visión desapareció dejando la prisión llena de un perfume celestial.

En un primer momento, Filomena se alegró, porque la Virgen le había dicho que iba a salir de prisión pronto, pero luego le vino mucha angustia, porque también le había dicho que tenía que sufrir mucho, pero toda su angustia desapareció cuando recordó las palabras de la Virgen: "En el momento del combate, la gracia vendrá para darte fuerza", y además se acordó que el ángel Gabriel la iba a ayudar especialmente.

Dioclesiano se dio cuenta de que Filomena no iba a ceder nunca, entonces decidió torturarla públicamente, delante de todos. El primer tormento fue hacer que la flagelaran, atada a una columna. Le dieron muchísimos latigazos, y quedó toda bañada en sangre, y así como estaba, la arrastraron a la prisión, para que muriera.

Pero en medio de la oscuridad de la cárcel, aparecieron dos ángeles de luz que derramaron un bálsamo sobre sus heridas, y la curaron por completo, dándole todavía más fuerza que antes.

Cuando el emperador se enteró de lo que había pasado, hizo que la llevaran delante de él, y trató de convencerla de que el que la había curado no era Jesús, sino un demonio llamado Júpiter, que se hacía adorar como un dios por los romanos. Le decía que la había curado, porque quería que fuera emperatriz de Roma.

Pero el Espíritu Santo la iluminaba interiormente, llenándola de luz y de conocimiento, y le hacía saber que todo eso era falso, porque quien la había curado era Jesús.

Entonces el emperador ordenó que le ataran un ancla al cuello y la hundieran en el río Tíber. Pero en el momento en el que los soldados la estaban por hundir, dos ángeles cortaron la soga que estaba atada al ancla, y la llevaron, delante de todos, a la orilla del río, sana y salva. Muchos de los que estaban viendo lo que pasaba, se convirtieron al cristianismo.

El emperador dijo que todo se debía a la magia, y ordenó que la arrastraran por las calles de Roma y que después le arrojaran flechas. Filomena estaba muy lastimada, y así la llevaron nuevamente al calabozo, en donde fue nuevamente auxiliada por el cielo. Se durmió profundamente, y cuando despertó, estaba totalmente curada.

Lleno de rabia, el emperador volvió a ordenar que fuera atravesada por las flechas, para lo cual los arqueros tensaron sus arcos, pero por más que hacían fuerza, las flechas no salían.

El emperador seguía creyendo que todo era magia, y entonces decidió usar el fuego para romper lo que él creía, erróneamente, que era un hechizo: les dijo a los soldados que calentaran al rojo vivo las puntas de las flechas y le dispararan a Filomena. Ellos lo hicieron así, pero las flechas, antes de llegar a Filomena, invirtieron su recorrido e hirieron a los mismos soldados que las habían tirado. Murieron seis arqueros de esta forma. Muchos de esos soldados renunciaron al paganismo, y todo el pueblo comenzó a alabar a Dios, porque con su poder había protegido de manera tan admirable a Filomena.

Todo esto hizo enfurecer todavía más a Diocleciano, quien ordenó que decapitaran a Filomena.

Cuando eso pasó, el alma de Filomena subió directamente ante la Presencia de Jesús, que era su Esposo, y Él le puso la corona del martirio y le concedió la palma de la virginidad.

Filomena amaba tanto a Jesús, que es Dios, que le dio su cuerpo, su virginidad y su alma. Ella tenía muy presente las palabras de San Pablo: "El cuerpo es templo del Espíritu Santo" (1 Cor 6, 19), y por eso no quería a nadie que no fuera Jesús, y es para Él que ella se conservó siempre pura. Filomena no permitió que nada impuro entrara en su corazón, porque sabía que su cuerpo era templo de Dios. Así como un templo material, como es también templo de Dios, tiene que ser mantenido limpio, perfumado, con flores, porque Jesús está en el sagrario, en la hostia, así el cuerpo que es templo del Espíritu Santo, debe mantenerse limpio y perfumado, y adornado con algo mucho más hermoso que la más hermosa de las flores, la gracia de Dios. Si a un templo de la tierra no dejamos entrar a los animales, porque estos ensucian el piso, tampoco al templo que es el cuerpo, y a su sagrario, que es el corazón, deben entrar pensamientos o deseos impuros.

Filomena no le tuvo miedo ni al hambre, ni a la sed, ni a las espadas, ni a las flechas, ni a la muerte, porque el amor a Jesús que Dios le había puesto en su corazón, era "más fuerte que la muerte", como dice el Cantar de los cantares (2, 8).

De esta manera comprendemos el significado de los elementos con los cuales se la representa: el ancla y las flechas, porque son los instrumentos de su martirio; la paloma, porque representa al Espíritu Santo, el Amor de Dios, que inhabitaba en su corazón, y fue lo que la llevó a dar su vida por Jesús; la rosa blanca, por su virginidad, conservada intacta, símbolo del amor puro a Dios Trinidad, amor que no se contamina con los placeres del mundo.

Muchos años después, la venerable Paulina Jaricot, luego de ser curada por Santa Filomena de una grave enfermedad cardíaca, fundó la obra apostólica: "Rosario viviente de Santa Filomena", que consiste en rezar, todos los días de la vida, hasta el día de la muerte, una decena del Santo Rosario –un Padrenuestro, diez Ave Marías y un gloria-, meditando el misterio asignado por la asociación, por una intención: el triunfo del Inmaculado Corazón de María.

Recemos siempre a Santa Filomena, pidiendo la gracia de amar a Jesucristo con todas las fuerzas, con todo el corazón, como lo hizo ella, para que nada nos separe del amor de Cristo.

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